«Killer Joe» (William Friedkin, 2011)

Killer_Joe-117323991-largeQué lástima que ahora que William Friedkin vive la resurrección artística de su carrera, casi nadie le haga caso. Desde que a principios de los años 70 se convirtió en el director más potente de aquella generación del “Nuevo Hollywood” con sus seminales French Connection (íd, 1971) y El Exorcista (The Exorcist, 1973), la vara de medir sus siguientes películas quedó demasiado alta. El gran fracaso de Carga Maldita (Sorcerer, 1977), así como un comportamiento déspota con estrellas y ejecutivos formaron un cóctel explosivo que lo apartaron de las grandes producciones. Pese a las dificultades para mantener su carrera y a pesar de algún que otro bodrio alimenticio, Friedkin firmó títulos excelentes y/o interesantes como A La Caza (Cruising, 1980), Vivir y Morir en Los Angeles (To Live and Die in L.A., 1985), Desbocado (Rampage, 1988) o The Hunted (íd 2003). Películas que no hicieron grandes taquillas pero que los fans del director tienen en alta estima. En el año 2007, Friedkin volvió a llamar la atención de la crítica con Bug, claustrofóbica adaptación de una obra de teatro de Tracy Letts protagonizada por unos inmensos Michael Shannon y Ashley Judd con la que el director anunció su intención de realizar películas más modestas y personales.

Precisamente otra obra de teatro de Tracy Letts sirve de base para Killer Joe, que al igual que Bug es una película de poco presupuesto realizada en pocos días y con la participación entusiasta de estrellas dispuestas a hacer añicos su imagen. Dos películas con las que Friedkin ha recobrado el entusiasmo de sus comienzos como si fuera un joven veinteañero y no el hombre de 77 años que es. Killer Joe es una revisión del mito de Fasuto y el cuento de la Cenicienta ambientado en el sur más profundo de Estados Unidos y protagonizado por una familia con la existencia más podrida que la caries de un leproso. Chris Smith (Emile Hirsch), un joven con pocas luces debe pagar una deuda por un asunto de drogas y todo indica que acabará con la cara partida, cuando no muerto. Así que se le ocurre un plan chusco: contratar al detective Joe Cooper (Matthew McConaughey) para que liquide a la madre del chaval y así cobrar el seguro que le corresponderá a su hermana pequeña Dottie (Juno Temple). Todo esto con el beneplácito de su padre (Thomas Haden Church) y su madrastra (Gina Gershon). Joe acepta con la condición de tener a Dottie como “garantía” del pago. Lo que sigue a continuación es un descenso a la sordidez, bañado en un humor negrísimo donde la sangre y otras partes del rostro humano saltarán por los aires.

killerjoe2Sin ninguna concesión para el espectador, políticamente incorrecta y con escenas muy violentas que pueden herir las sensibilidades de los espectadores más desprevenidos (Friedkin, en una demostración de tenerlos bien puestos, se negó a alterar su montaje bajo el argumento de que ésta es una película para adultos, permitiendo que luzca su calificación NC-17 con orgullo), Killer Joe se beneficia de un reparto en estado de gracia, encabezado por un Matthew McConaughey dispuesto a enterrar su imagen como protagonista descamisado de comedias románticas a cual más mediocre. Un “Killer” Joe Cooper puro magnetismo en su cita con Dottie (precoz y procaz Juno Temple, toda una revelación) previa a su “desfloración” y aterrador en el clímax final donde un muslo de pollo juega un papel desagradable e importante. Un recuperada Gina Gershon tan “lagarta” como sólo ella sabe hacer, un Thomas Haden Church en su mejor papel desde Entre Copas (Sideways, Alexander Payne, 2004) como ese padre atontolinado y un adecuado Emile Hirsch redondean el quinteto protagonista.

Pese a que la naturaleza teatral del proyecto queda clara, Friedkin rueda y monta la película con energía volviendo a ofrecer de su cosecha varias de sus “marcas de la casa”: la ambigüedad moral con la que caracteriza a sus protagonistas, su recurrente tema de la línea que separa al bien y al mal,  las secuencias de pesadillas con planos subliminales, su magistral uso del sonido (los relámpagos, el omnipresente televisor, ese encendedor de Killer Joe) e incluso una persecución entre los matones del mafioso al que Chris debe la pasta y éste, no tan memorable como sus anteriores “hazañas” en este tipo de secuencias pero sí muy efectiva y con final sanguinolento. Igual de implacable es su visión de Texas, con esas noches azuladas de lluvias torrenciales, sus “rednecks”, los pitbulls furiosos, su aridez…Todo para desembocar en una tensa última media hora donde uno no sabe si apartar la vista, dejar que se le desencaje la mandíbula o ambas cosas a la vez. El destino de Killer Joe es el de ser una película de culto que pasará desapercibida en la era de las adaptaciones a superhéroes a la gran pantalla con o sin pretensiones, las secuelas, remakes y modas juveniles. Pero para el reducido pero irreductible número de fans de Friedkin es uno de sus grandes logros. Y la demostración de que es uno de los directores de su generación que en mejor forma se encuentra, por encima de algunos de sus coetáneos de mayor renombre y prestigio. Y desde luego, en mucha mejor forma que muchos jóvenes que de directores sólo poseen el nombre.

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