«El Séptimo Continente» (Die Siebente Kontinent, Michael Haneke, 1989)

El_septimo_continente«Austria es campeón a la hora de esconder la mugre debajo de la alfombra. Los temas desagradables no se hablan, entonces son los artistas los que se sienten obligados a gritar más fuerte para ser escuchados» Michael Haneke en declaraciones a la revista Mabuse, 2003.

Tras una larga carrera realizando obras para la televisión alemana, Michael Haneke debutó en el cine a los 47 años con la película que nos ocupa. La primera de una «trilogía de la glaciación emocional» como el propio director la denominó, a la que seguirían la muy notable El Video de Benny (1992) y 71 Fragmentos de una Cronología al Azar (1994). Películas que hicieron sonar fuerte el nombre de Haneke en determinados circuitos cinéfilos hasta que le llegó la fama con Funny Games (1997), efectiva y macabra provocación sobre la representación de la violencia en los medios de comunicación en general y el cine en particular. Con sus luego famosas La Pianista (2001), Caché (2005), La Cinta Blanca (2009) y la más reciente Amor (2012), Haneke ha ido ganando un público cada vez más numeroso hasta lograr encontrar un hueco en las multisalas de numerosos centros comerciales. Todo un hito. De rabiosa actualidad en el momento de escribir estas líneas gracias al gran y merecido éxito de Amor, viene bien recuperar El Septimo Continente, donde ya postulaba sus credenciales para convertirse en «el gurú del mal rollo de autor».

Basada en un escabroso caso real, El Séptimo Continente cuenta la existencia durante tres años de la familia de clase media-alta formada por Georg (Dieter Berner), su mujer Anna (Brigit Doll) y su hija Evi (Leni Tanzer). Una existencia marcada por la rutina que Haneke retrata durante la primera hora de metraje con la familia desayunando, trabajando, dando de comer a los peces o en el colegio. Haneke se centra, más que en las personas, en los objetos mundanos que les rodean como el televisor que emite programas triviales. La primera señal de alarma viene cuando la pequeña Evi miente en la escuela cuando dice que ha perdido la vista. Su madre promete no hacerle nada si dice la verdad, Evi confiesa que miente y Anna pega a su hija al instante. En una plácida cena con el hermano de Anna, Alexander (Udo Samel), éste rompe a llorar siendo consolado por Anna. Algo huele a podrido en unas vidas en apariencia plácidas. Pero la rutina irá degenerando psíquicamente a Georg y Anna, atrapados en un mundo consumista. Parece que desean salir de Austria rumbo a esa Australia paradisíaca que vieron en un anuncio gigante al salir de la cadena de lavado de coches y que aparece ocasionalmente durante la película. El séptimo continente.

septimo2Pero irán a un séptimo continente más metafórico. Si durante la primera hora Haneke retrata con minuciosidad la realidad que rodea a los tres protagonistas, en el resto de metraje veremos «el viaje definitivo». Georg y Anne sacan todos sus ahorros del banco, abandonan su trabajo y comienzan a destruir su casa, o más concretamente todas las posesiones materiales de la familia como los discos, libros infantiles, muebles o la inmensa pecera. Hasta el dinero es tirado por el retrete. Curiosamente sólo el televisor omnipresente permanecerá intacto. Tras bloquear toda comunicación con el exterior, Georg y Anne deciden llevarse consigo a su hija al «otro barrio» mediante ingesta de líquido venenoso, tras lo cual ambos no tardan en hacer lo mismo. Una última parte de película de las que no se olvidan fácilmente y en donde Haneke no necesita de gore alguno para provocar inquietud entre el público. Una inquietud que es marca de identidad de Haneke, al igual que los planos más largos de lo usual que utiliza, la ausencia de música exceptuando la que emana de fuentes naturales (radio, televisor), el extraer oro de sus actores, las situaciones escabrosas en «off» (los últimos estertores de Anna) y la frialdad que rezuma la película. No sólo Austria es campeona en «esconder la mugre»: me temo que en el resto del mundo, España incluida, también tiene muchas cosas que ocultar bajo la aparentemente plácida existencia de la sociedad de consumo en la que vivimos. Excepto en el séptimo continente, claro.

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